Cosas de niñ@s



EL ANILLO DESAPARECIDO DE  LA TÍA REYES Y DEL TÍO LANZAROTE
                                                    
Lucía del Valle Morales

Érase una vez en un pueblecito llamado Bolaños un niño de ocho años estaba jugando al fútbol con sus amigos del colegio. El niño se llamaba Lanzarote y le encantaban los juegos con balón.
Un día llegó al colegio una chica llamada Reyes. Era una alumna nueva de pelo castaño y ojos azul verdosos como el mar y a Lanzarote no le pareció una niña normal, pensaba que la había enviado el ángel de San Valentín y también que  serían  unos buenos amigos inseparables.
Y así sucedió.
En el patio del recreo Lanzarote le dijo a Reyes:
-¿Quieres ser  mi amiga?
Reyes  se dio la vuelta y no se pudo creer lo que veían sus azules ojos grandes y brillantes: un chico adorable y bueno diciendo “¿quieres ser mi amiga?”. Reyes enseguida respondió con timidez:
-Sí.
Lanzarote la miró pasmado y Reyes veía en los ojos de Lanzarote reflejada la brillante luz del sol que parecía ponerse a llorar de alegría por una nueva vida de ilusión.
Pasaron los años y Lanzarote y Reyes crecieron y se hicieron  adultos. Un día Lanzarote le dijo a Reyes:
-¡Vamos! ¿Quieres casarte conmigo? Prepararemos la ceremonia que tú quieras.
-¡De veras! ¿Te vas a casar conmigo?... Sería muy guay –le contestó Reyes.
El día de la boda llegó. Se celebró en el castillo de Bolaños, y dos sobrinos suyos  eran los encargados de llevar el anillo.
Pero uno de los sobrinos estaba tan impaciente por darle el anillo a Lanzarote, que salió corriendo y el anillo se cayó al suelo. Entonces, el duendecillo del castillo lo recogió y se lo llevó. El misterioso personaje pasó por una puerta que se abría y cerraba diciendo unas palabras mágicas, pero al duende se le olvidó decirlas para que la  puerta se cerrase. Lanzarote y Reyes se pusieron a buscar el anillo. En un momento dado, Reyes encontró una puertecilla muy pequeña por la que solo   podía entrar un duende.
-¡Lanzarote!, ¡mira! He encontrado una puerta -exclamó Reyes a Lanzarote.
-¿De veras?... ¡Enséñamela -le insistió Lanzarote.
Reyes le enseñó aquella diminuta puerta. A los dos les extrañó mucho que hubiera algo así y decidieron entrar para buscar el anillo.   
Sin darse cuenta, Lanzarote y Reyes, nada más haber cruzado la puerta, vieron asombrados a un avión que acababa de aterrizar a sus pies. ¡El avión iba a París!
La pareja subió y se quedaron atónitos al ver que los pasajeros eran… ¡elfos! Y el piloto, otro duende.
  Una vez que llegaron a París Lanzarote le dijo a Reyes:
-¿Nos subimos en el bateau mouche?
Y eso fue lo que hicieron.
Ya una vez en el bateau mouche un guía turístico dejó a todos los pasajeros en la Tour Eiffel menos a ellos dos, porque quería hablar con ellos:
- ¿Queréis recuperar el anillo?, si lo queréis recuperar, entonces os tendré que ayudar yo. ¿Veis a ese perro al que le llamamos Chispas? Agarraos a sus patas y os llevará con el rey de los elfos. Él sabe dónde está el anillo.
El guía dispersó unos polvos mágicos sobre Chispas y envuelto en una parpadeante luz azulada echó a volar llevándose a la pareja de novios. Y así llegaron de inmediato a lo alto de la tour Eiffel, donde se encontraba el trono del rey de los elfos que estaba muy preocupado porque un duende travieso, llamado Ducitrato, había robado un anillo de boda.
-Hola, me llamo el rey Merín, pero me podéis llamar Merlínto, si queréis –se presentó el rey con voz aguda. ¿Por qué habéis llegado hasta aquí?
-Buscamos nuestro anillo de boda, por que sin él no podremos casarnos - contestó Lanzarote.
-Yo sé cómo podéis recuperarlo, pero para ello debéis resolver estas dos adivinanzas. Primera: ¿cómo se llama el río que recorre París?; y segunda: ¿cómo  se llama el barco que va por ese río?- exclamó Merlínto.
-Pues… pues… el barco que  va por ese río se llama bateau mouche y el río que cruza París se llama el río Sena – gritaron los dos.
-Puffffff…Nadie consiguió contestar estas dos preguntas y vosotros sí. Esperaos, enseguida os  doy el anillo de boda, sólo tengo que pronunciar estas palabras: ¡Sinchaladín por todos los trenes de Francia! ¡Dame el anillo ya! ¡Que el duende travieso aparezca ya!
     Y ahí apareció el duende dando vueltas en círculo con el anillo en la mano. El rey cogió al duende por las orejas y le quitó el anillo a la vez que le regañaba.
Reyes y Lanzarote volvieron a la boda y, por fin, de una vez, se pudieron casar sin que nadie les molestara más. A una aventura se enfrentaron para simplemente casarse.
Y la pareja con su perro vivieron felices y cazaron muchas perdices.

FIN                                
   

EL LÁPIZ MÁGICO
Lucía del Valle Morales

          Érase una vez una familia pobre que vivía en el campo, tenían tres hijos y uno de ellos se llamaba Tigro. Tigro era un niño muy bueno y obediente, siempre ayudaba y araba las tierras que poseían con su único burro Sidín. Sidín era muy viejo pero a la familia no le importaba nada, lo que le importaba era la tierra que araba él.
          Un día el burro Sidín murió y no sabían como poder arar el trigo que era lo único que les daba dinero. Así que empezaron a hablar de la cuestión. Mientras, los tres niños se fueron a jugar en el campo con su perro Zacarías, que era el último animal que les quedaba. Ya, una vez puestos a jugar a unos partidas de pilla, pilla con Zacarías, Tigro se tropezó con algo. El chico pensó que era un tronco pero no, no era lo que él pensaba, era un bonito lápiz de colorines. Así que siguió jugando, pero al poco rato, volvió a chocarse con ese mismo lápiz de colores.
          Pero esta vez quiso saber que era. Tigro dejó la partida de Zacarías y se fue a dibujar con el lápiz. Pintó un chaparrón y, entonces, la lluvia y la nueve del chaparrón salió del papel, mojándolo todo y se fue al cielo.
          - ¡La lluvia nos está estropeando el juego preferido de Zacarías! - gritaron sus hermanos muy enfadados.
          Zacarías y los demás entraron en casa mojados y chorreándoles toda la ropa. El perro se sacudió y lo puso todo lleno de gotas de agua.
          - ¿Por qué nos has hecho esto Tigro? - dijeron todos sus hermanos a coro.
          - Yo n-n-o he sido-o-o - tartamudeó Tigro.
          - Entonces ¿quién ha sido? - contestaron otra vez sus hermanos.
          - P-pues-s est-te lápiz - dijo Tigro.
          - ¿Un lápiz? ¡Pues enséñaselo a papá o mamá!- exclamaron sus hermanos.
          Y dicho y hecho, Tigro se lo enseñó.
          - ¡Mira, papá, este lápiz es mágico!
          Su papá se sorprendió y se lo dijo a su esposa. Ella también pensaba que era mágico y empezaron a dibujar ricos mejunjes de comida en el cielo. Tigro estaba muy contento, tenían ya que comer. Todos se sentaron a la mesa y la comida no era de papel, sino de verdad. 
          Cuando terminaron se pusieron a jugar con Zacarías y pudieron hacerlo porque, con el lápiz mágico, dibujaron un tremendo sol que brilló por todo el mundo entero.
          Zacarías, después de jugar, se puso a aullarle a ese gran caluroso sol.
          Y así se acaba la historia, no necesitaban dinero para vivir pues podían dibujar lo que necesitasen.

FIN
         

TOMÁS Y EL LIBRO MÁGICO

Antonio Calzada Pérez
          Tomás, el elefante, estaba en un caja. Se sentía solo. Entonces, del cielo cayó un libro del que salieron chispas por lo que Tomás pensó que sería un libro mágico. También salieron un pájaro y muchas cosas más.
          El  pájaro tenía un ala rota y el elefante pensó ayudarle. De pronto, del libro salió un hospital y una mariposa curó al pájaro. Desde aquel día, el pájaro vivió con el elefante y fueron felices para siempre.

FIN

        
LA TORTUGA QUE SABÍA VOLAR


Lucía del Valle Morales

          Érase una vez, en las claridades del océano Pacífico, una tortuga que acababa de nacer, cuyo nombre era Volina. Su madre vino de otro mar hasta allí a poner sus huevos pues le encantaba ese gran océano y se quedó también a vivir en esas burbujeantes aguas. A Volina no le gustaba mucho ese lugar, pero no le importaba porque sabía que de mayor se mudaría al sitio que ella eligiera para poner sus huevos.
          Volina era feliz solo en su colegio porque sus hermanos y hermanas mayores se burlaban de ella por las mañanas, por las tardes y por las noches, y lo peor de todo es que no le dejaban jugar a nada. Volina estaba harta de que no poder jugar con ellos y es que se reían de ella porque era muy diferente a las demás tortugas de su especie. Ella no es que fuera de esos tipos e tortugas que no se ven, era aún peor, sus aletas delanteras eran ¡gigantescas!.
          La pobre tortuga, triste, se puso a llorar, diciéndose:
          - No quiero ser diferente a las demás tortugas.
          De pronto, su madre al ver sus lágrimas caer como lluvia salada de sus enormes ojos, se preocupó mucho por ella y le dijo:
          - No temas, cariño, ya sé que eres diferente, pero yo no creo que seas tan horrible.
          - Madre, ¿de verdad no soy horrible? - contestó Volina.
          - Pues claro que no - le consoló su madre.
          - Entonces ¿por qué mis hermanos y hermanas se burlan de mí?
          - Tú no les hagas caso, son unos irresponsables.
          - Vale, mamá, no les haré caso - contestó Volina.
          A la mañana siguiente Volina se despertó dispuesta a correr una gran aventura. Pero ocurrió lo mismo que todos los días: todos sus hermanos se burlaron de ella diciendo esta crueles palabras:
          - Eres una inútil y no sabes hacer nada. 
          Volina no les hizo nada de caso y se marchó al autobús escolar, que era una barquita de madera con dos remos. Una vez dentro del colegio dejaron de reírse de ella porque, si se burlaban, el maestro pez volador les castigaría.
          - ¡Niños y niñas nos vamos de excursión a un barco que naufragó durante la Primera Guerra Mundial! - dijo el sabio maestro.
         Llegaron al barco de vapor antiguo y el maestro les explicó todo. Cuando terminó la excursión unos ojos hambrientos de tiburón los miraba. Volina avisó al profesor que delante de él había una espantosa bestia carnívora.
          Todos los alumnos salieron corriendo de allí antes de que los devorase. Cada uno con su forma de andar. Sus hermanos y los demás peces nadando; el cangrejo, el caracol y la almeja caminando.
          Volina miró hacia arriba en vez de huir y vio al profesor volar en el gran inmenso cielo azul. Se sorprendió tanto que intentó hacer los mismo que él y no fue inútil intentarlo, porque Volina consiguió volar por el gran océano Pacífico y rescató a todos los alumnos de su clase, incluidos sus hermanos. Todos le dieron un gran aplauso diciendo:
          - ¡Eres muy guay y muy especial!
          Sus hermanos le pidieron perdón por su gran equivocación y Volina, la gran tortuga voladora, se hizo mayor y vivió con sus hijos. Y no sólo eso, si no que, además, los llevaba volando en sus caparazón por el gran planeta Tierra.

FIN




LA ZORRA Y EL CONEJO

Lucía del Valle Morales
   
        Era un precioso día para la zorra que estaba buscando un delicioso conejo para comer.
          Buscó y buscó y se encontró con un conejo blanco, la zorra sigilosa se acercó un poquito y le dijo:
          - Conejillo, ¿quieres ser mi amigo?
          El conejo que no tenía ningún amigo, le contestó:
          - Sí.
          La zorra emocionada con el festín que se iba a dar le dijo otra vez:
          - Querido conejo, ven a mi casa a comer sopa.
          El conejo contestó otra vez:
          - Sí.
          La zorra se puso tan feliz que se lo llevó a su casa. Cuando estuvo lista la sopa, cogió al conejo, lo metió en la cacerola y se lo comió. La zorra, que había conseguido lo que quería, se puso a dormir y soñó con miles de conejos para comer.  

FIN



EL RELOJ VAGO Y EL NIÑO


Lucía del Valle Morales

          Érase una vez una pequeña ciudad en la que había un bonito parque y, en el parque, un antiguo reloj que sin parar repetía todas las palabras de los vecinos. Se llamaba Rin Ron.
          El reloj era muy vago, se pasaba toda la mañana durmiendo y, ademas de  eso, no movía las agujas, todos los que vivían allí tenían que ser adivinos para saber la hora.
          Un sábado de descanso vino al parque un niño de trece años que se llamaba Mimón, y vio al reloj que siempre marcaba las nueve en punto, y exclamó:
          - ¡Ay, qué tonto soy! He salido por la noche, tengo que volver a casa.
          El pobre niño mayor no sabía la leyenda de este reloj perezoso.
          Y pasó lo que siempre pasa: el reloj le repitió las palabras que había dicho: "¡Ay, qué tonto soy! He salido por la noche, tengo que volver a casa".
          - ¿Por qué repites lo que digo, Rin Ron? Espero que no hagas lo mismo con todos los habitantes de la ciudad - dijo Mimón.
          El reloj avergonzado tuvo que decir la verdad:
          - ¡Pues sí!
          - Ahora te pondré un castigo y espero que se cumpla. ¿Te digo cuál es? - exclamó Mimón. Consiste en que mientras que sigas repitiendo las palabras de los demás y no pongas la hora que es, nadie vendrá a verte - le explicó Mimón.
          Al día siguiente toda la gente leyó la noticia del periódico que decía...: "Este reloj antiguo no se merece que vayamos a su parque, no para de burlarse de todos nosotros". Los vecinos y habitantes obedecieron las indicaciones de Mimón. Y el reloj Rin Ron no recibió ni una visita de nadie. Estaba siempre solo.
          Pasaron varios meses y el reloj se dio cuenta de que nadie le quitaba el castigo. 
          Así llamó al niño y le dijo:
          - Ya nunca seré un vago. Me convertiré en trabajador y pondré la hora bien. Al oír esas palabras, Mimón exclamó:
          - Por fin Rin Ron se ha dado cuenta de sus errores y encima parece apenado y arrepentido, le quitaré su castigo.
          Y así fu cómo en el parque todo el mundo volvió a ser feliz.

FIN


EL DESEO DE MUMY

Lucía del Valle Morales

          Érase una vez una manada de tigres muy triste. Todos los machos  un día murieron defendiendo su hogar. Sólo quedaron hembras. Todas muy viejas, salvo una, que se llamaba, Mumy.

- Mumy, hazme un favor… ¿Puedes ir a cazar por mí un rico ñu?… Estoy muy vieja y no me quedan garras para poder atraparlo –exclamó Elama una tigresa muy lista.

- Mumy, ya no puedo andar, ¡tengo tantos años…! Me muero de sed, ¿podrías llevarme sobre tu lomo al lago para beber esa agua tan fresquita que a todos los felinos les encanta –dijo Jundiana en voz baja.

- Mumy, ¿te puedes quedar toda la noche despierta al lado del árbol para vigilar y que no me coman los depredadores? Soy muy mayor y necesito dormir para tener fuerzas al día siguiente –exclamó otra ancianita.
       
Y la pobre Mumy no paraba de trabajar…

- ¡Ufff…! Necesito ayuda –exclamó agotada Mumy. Ya me voy haciendo vieja y si no tengo hijos la manada se extinguirá.

Pero ella no se rendía. Tenía que seguir haciendo las tareas de la manada. Hasta que una noche la luna bajó hasta la tierra, se acercó adonde vivían Mumy y sus compañeras y le dijo:

- Has sido muy buena y has cuidado de los tuyos y tú te mereces un regalo. Ve al prado que está en medio de la sabana donde suelen ir a jugar los tigres pequeños de las manadas vecinas. Allí encontrarás una flor amarilla con lunares negros que brilla como una estrella entre los árboles. Inclínate sobre ella y pídele tu deseo.

Mumy se fue al prado, tardó poco en llegar. Había un cartel que ponía prohibido cazar. Los animales jugaban alrededor de los rayos del sol que lo iluminaban como oro. Vio un brillo, se acercó y cada vez se acercó más hasta que una hermosa  flor estaba en la mismísima punta de sus garras. Se inclinó y le pidió un deseo:

- Quiero dos hijos, un macho y una hembra, que cuando se hagan mayores se casen los dos y que tengan otros niños.

La flor se cerró y al abrirse de nuevo apareció sobre sus pétalos dos cachorros. El sol les regaló su luz anaranjada. Las nubes les ofrecieron su blandito algodón. Y el cielo su brillante y colorido arco-iris.
       
Cuando los cachorros crecieron Mumy tuvo ayuda y la manada se llenó de muchos niños y  mucha vida.

FIN